PERDONAR ES... DAR Y RECIBIR
- gloriatolisano
- 15 abr
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 16 abr
COMENZAR DE NUEVO
María estaba yendo al partido de su hijo, cuando decidió parar a comprar algo para comer. Se puso en la línea correspondiente para automóviles, y bajó la ventanilla para hacer su pedido. Al hacerlo, se encontró cara a cara con un hombre joven que le apuntaba con un revólver. María le preguntó qué quería, pero el hombre no le contestó. Le preguntó si quería su cartera, esperando que alguien del restaurante la escuchara por el micrófono y saliera en su ayuda. Luego tiró la cartera por la ventana, pero el hombre no se movía. En ese momento se dio cuenta que, del otro lado del auto, había un cómplice.
El hombre le señaló el asiento de atrás, y María se dio cuenta que, fuera lo que fuese que iban a hacer, querían meterse en el auto con ella. El sólo pensarlo la asustó tanto, que apretó el acelerador... al mismo tiempo que el hombre disparó el revólver, hiriéndola en la mandíbula. La bala entró por un lado de su cara, y salió por el otro. Luego de robarle la cartera, los dos hombres se dieron a la fuga, sin darse cuenta que había testigos que vieron la matrícula de su auto.
María, bañada en sangre, manejó hasta la ventanilla y pidió ayuda. Uno de los empleados la llevó al hospital que estaba a dos cuadras de allí.
Mientras la preparaban para cirugía, María trataba de concentrarse en el rostro de su agresor para poder identificarlo. No quería olvidar su cara. Mientras la operaban, la policía detuvo a los dos atacantes.
Durante un año la vida de María estuvo marcada por cirugías, dolor físico, cambios emocionales, citas en la corte, el cuidado de sus seres queridos, y mucha ira. No se daba cuenta de cuánto enojo y odio sentía contra el hombre que la había baleado, y no podía olvidar ni su cara, ni lo que le había hecho. Él, por su parte, se declaró culpable, le pidió perdón a María en la corte, y ayudó a condenar a su cómplice de este y otros crímenes. Finalmente, fue condenado a 12 años de cárcel.
María no quería sentirse como una víctima, sino que quería ser fuerte. Ella creía que, si dejaba de estar furiosa, los demás iban a pensar que era débil. Una persona amiga le preguntó si tenía miedo del momento en que su agresor saliera en libertad. María le respondió que se lo imaginaba a él entrando a su casa, pero que esta vez la historia era al revés – ella lo heriría en la mandíbula, así él sabría el dolor con el que ella había tenido que vivir, y cómo la había afectado.
A medida que fue pasando el tiempo, la vida de María comenzó a calmarse. Un día, María se encontró a sí misma con ganas de ir a hablar con su atacante. No sabía bien por qué, pero el deseo era real, así que, después de varios meses, decidió hacerlo.

Se encontraron en una sala en la prisión. Por un momento, María no supo qué decir. Luego le preguntó cómo había sido su niñez, a lo que él respondió, contándole historias de su vida. Ella también le contó acerca de su familia y de lo difícil que había sido para sus hijos elaborar lo que le había pasado a ella. También le dijo cuánto la había herido, tanto física como emocionalmente, y cuántas cosas habían cambiado en su vida diaria y la de su familia. Ambos compartieron historias sin levantar la voz, y sin sentir enojo. Después de una breve pausa, María se encontró a sí misma diciendo algo que nunca había pensado llegaría a decir, algo que simplemente salió de su boca sin ella esperarlo. Llamó al hombre por su nombre, y le dijo: “te perdono”.
María dice que fue a la prisión porque necesitaba hacerlo para sí misma, pero el regalo del perdón produjo un cambio no sólo en su vida, sino también en la vida del joven que la había baleado. Cuando el joven fue puesto en libertad condicional, María se contactó con el oficial a cargo de él, para ver si podría ayudarlo a encontrar trabajo. Así se enteró que ya había encontrado trabajo, y que le estaba yendo muy bien. Algún tiempo después, María se volvió a encontrar con el joven y su oficial a cargo. Así se enteró que su visita en la prisión le había impactado mucho. El enojo y la ira habían desaparecido, dando lugar al perdón, y así dos vidas habían sido transformadas.
Texto extraido del folleto "PERDONAR ES... DAR Y RECIBIR"
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